POHEMATOMA


De monasterio a monasterio
escribo
poemas sin Luz.

Es verdad:
las puertas ya no existen, pero
todo está en clausura,
deshabitado y habitado en lo habituado,
bajo los hábitos del monje, ese
que va rezando por el claustro, cabeza baja,
corazón en alto,
esperando la tarde,

la tarde
que nunca fue azul, porque el azul
no existe:
azulean las cosas tras las vidrieras, sí,
es sólo un espejismo, la vida es policroma,
como las lágrimas que derramamos
ahítas de sal, ahítas de dolor, ahítas
de dulzura salada.

Sólo quiero silencio. Ni regar jardines,
ni mover mecedoras, ni pensar en el futuro,
porque tampoco existe, es monocromo y negro.

Aquí y ahora vendo todos mis bienes:
un libro de poemas (mi vida)
un balcón lleno de rosas,
un sauce que me llora,
una gota de sangre...

y un sinfín de sueños acumulados en un almario
donde guardo mi alma y la de ella.
Todo a buen precio:
por un sólo beso de despedida.

¿Verdad que es barato?


(perdonadme si rimé algo. Ni lo he mirado. Tampoco me importa. ¿Qué más da que se noten las arritmias de mi corazón en mis poemas... si a mi me gustan que rimen , para qué desarrimar?)


©Luis Vargas Alejo (Siul)
(España)

 

... esta tarde cuando todo parece "tan tarde" y devoran las sombras dentro de las entrañas, los ojos se asesinan sin poder ver más allá del límite del último segundo que aprisiona.

El sauce toca la piel del agua, envuelve el almario con sus dedos salados. Ella lo retiene de un soplo. No compra ni vende, no pone precio a sus preciosos y preciados afectos que caminan a su lado, con paso de monje o deportista, con su columna erguida o convexa, mostrando sus dientes hasta tañer campanas o curvando los labios a punto del puchero. Ella se guarda el libro de poemas y alguna que otra compañía.

Alguien arrastra sus zapatos creyendo estar al borde del abismo. Ella lo ata a su pañuelo. Teje puntillas de glucosa y le regala un sol que lo acaricie. Desde la palma de su mano, sopla un puñado de amapolas para vestirlo de azul y transformarlo en mar por liberarlo.

Las puertas y ventanas no se escuchan porque no hay más paredes que lo mantengan preso a ese sillón bordado de años y entrega a dueños sin balanzas, sin creencias, sin pasiones.

Ella le acerca un vaso cristalino para que beba del pohema y él lo toma, se sacude la desgana y promete batallar por el futuro.

No necesita rimas, sólo arrimarse a su propio dolor y verse más alto en el espejo. Todo depende a que levante su cabeza por arriba de sus sombras hasta espantar su miedo ante lo incierto.

Beso líquido.

©Silsh
(Argentina)


-Febrero/04-

 
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