NÉSTOR PERLONGHER

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EN EL REFORMATORIO

a Inés de Borbon Parma

O era ella que al entrar a ese reformatorio por la puerta de atrás veía una celadora desmayada: calesas de esa ventiluz: Inés, en los cojines de esa aterciopelada pesadumbre, picábase: hoy un borbón, mañana un parma. La hallaban así, yerta: borboteaba. Los chicos se vigilaban tiesos en su torno-y unos se acariciaban las pelotas debajo del bolsillo aunque estaba prohibido embolsar los nudillos, por el temor al limo, pero se suponía que la muerte, o sea esa languidez de celadora a lo cuan larga era en el pasillo, les daba pie para ello; y asimismo, esta mujer, al caer, había olvidado recoger su ruedo, que quedaba flotando - como el pliegue de una bandera acampanada-a la altura del muslo; era a esa altura que los muchachos atisbaban, nudosos, los visillos; y ella, al entrar, vio eso, que yacía entre un montón de niños - y el más pillo, como quien disimula, rasuraba el pescuezo de la inane con una bola de billar; y un brillo, un laminoso brillo se abría paso entre esa multitud de niños yertos, en un reformatorio, donde la celadora repartía, con un palillo de mondar, los éritros: o sea las alitas de esas larvas que habían sido sorprendidas cuando, al entrar en la jaula, se miraban, deseosas, los bolsillos; o era una letanía la que ella musitaba, tardía, cuando al entrar al circo vio caer ante sí a esos dos, o tres, niños, enlazados: uno tenía los ojos en blanco y le habían rebanado las nalgas con un hojita de afeitar; el otro, la miraba callado.

COMO REINA QUE ACABA

Como reina que vaga por los prados donde yacen los restos de un ejército y se unta las costuras de su armiño raído con la sangre o el belfo o con la mezcla de caballos y bardos que parió su aterida monarquía así hiede el esperma, ya rancio, ya amarillo, que abrillantó su blondo detonar o esparcirse —como reina que abdica— y prendió sus pezones como faros de un vendaval confuso, interminable, como sargazos donde se ciñen las marismas Y fueran los naufragios de sus barcas jalones del jirón o bebederos de pájaros rapaces, pero en cuyo trinar arde junto al dolor ese presentimiento de extinción del dolor, o de una esperanza vana, o mentirosa, o aún más la certidumbre

de extinción de extinción como un incendio

como una hoguera cenicienta y fatua a la que atiza apenas el aliento de un amante anterior, languidecente, o siquiera el desvío de una nube, de un nimbo

que el terreno de estos pueriles cielos equivale a un amante, por más que éste sea un sol, y no amanezca

y no se dé a la luz más que las sombras donde andan las arañas, las escolopendras con sus plumeros de moscas azules y amarillas

(Por un pasillo humedecido y hosco donde todo fulgor se desvanece)

Por esos tragaluces importunas la yertez de los muertos, su molicie, yerras por las pirámides hurgando entre las grietas, como alguien que pudiera organizar los sismos

Pero es colocar contra el simún tu abanico de plumas, como lamer el aire caliente del desierto, sus hélices resecas

© Néstor Perlongher
(Argentina - 1949/1992)

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