Para saber que el tiempo
no es trampolín veleta
ni fugaz pasajero equilibrista
hubo que entorpecer
los dedos del reloj.
Había que ignorarlo.
Dejar que la memoria derrumbara
el árbol los estantes
con su senil disfraz de invernadero.
Había que extraviarse.
Sacudir la inclemencia
del longevo ritual de los espejos
en la pupila muda.
Había que pactar con los retratos
con su lengua de humo en redoblante
marcando lo silente.
hubo que someterlo a las cenizas
(acariciar el lomo del dragón
antes que devorase la mañana)
© Silsh
(Silvia Spinazzola)
-Argentina