CALCETINES BLANCOS  
 
 

 

A media voz, desde el cordón de la vereda lo presiento ambiguo.
Sombra de amianto que me desata los cordones con sus dedos cargados de reproches, que prejuzga la insolencia de quien busca valor en sus palabras.
Se sabe equivocado, se sabe cazador sin cantimplora aunque mastique sal arrepentida. No acepta la renuncia incontrolable que confunde con metrallas de ironías. Se flagela de grises para no darle la mano a la nostalgia.
Descalza, frente a frente, de una estocada abro la piel para mostrarle mis rincones. Vuelco la honestidad en la ranura del molinete con pasaje de ida a la confianza. Borra sus huellas con voz de agua sobre desiertos ateridos que acumula dentro de granos de arroz, para evitar que escapen.
No hay razones que expliquen el misterio que cierra el círculo hasta alcanzar la completud. Ambos sabemos de esta extraña simbiosis nunca dicha y del color que ilumina a la certeza hasta volverse atemporal.
Ya no busco entorpecer trayectos. Por esquivar sonidos, visto mis calcetines blancos tejidos con horas de tinieblas, para atrapar los pájaros que habitan su camisa. Cansado de olvidarme, limpia el lodo acumulado en sus gastadas suelas. Sin romper el silencio, me pide que le anide en su pelo mariposas exiliadas del otoño, que le devuelvan el reflejo a sus pupilas donde poder mirarme. Oculta sus temores en las curvas de una lágrima que sucumbe ante mis lanas blancas. Busca en su abrigo un rastro de osadía y la remonta hasta verla explotar en oleajes de estrellas que danzan al ritmo de la sangre. Un huérfano latido cobra vuelo cuando mis verbos se deshacen en su boca, retornándole las notas que esperaban dormidas en mi cuerpo.

© Silsh
(Silvia Spinazzola)
-Argentina-

 
     
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