GONZALO ROJAS

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Uno escribe en el viento

Que por qué, que hasta cuándo, que si voy a dormir noventa meses,
que moriré sin obra, que el mar se habrá perdido.
Pero yo soy el mar, y no me llamo arruga
ni volumen de nada.

Crezco y crezco en el árbol que va a volar. No hay libro
para escribir el sol. ¿Y la sangre? Trabajo
será que me encuadernen el animal. Poeta
de un tiro: justiciero.

Me acuerdo, tú te acuerdas, todos nos acordamos
de la galaxia ciega desde donde vinimos
con esta luz tan pobre a ver el mundo.
Vinimos, y eso es todo.

Tanto para eso, madre, pero entramos llorando,
pero entramos llorando al laberinto
como si nos cortaran el origen. Después
el carácter, la guerra.

El ojo no podría ver el sol
si él mismo no lo fuera. Cosmonautas, avisen
si es verdad esa estrella, o es también escritura
de la farsa.

Uno escribe en el viento: ¿para qué las palabras?
Árbol, árbol oscuro. El mar arroja lejos
los pescados muertos. Que lean a los otros.
A mí con mis raíces.

Con mi pueblo de pobres. Me imagino a mi padre
colgado de mis pies y a mi abuelo colgado
de los pies de mi padre. Porque el minero es uno,
y además venceremos.

Venceremos. El mundo se hace con sangre. Iremos
con las tablas al hombro. Y el fusil. Una casa
para América hermosa. Una casa, una casa.
Todos somos obreros.

América es la casa: ¿dónde la nebulosa?
Me doy vueltas y vueltas en mi viejo individuo
para nacer. Ni estrella ni madre que me alumbre
lúgubremente solo.

Mortal, mortuorio río. Pasa y pasa el color,
sangra y sangra mi pueblo, corre y corre el sentido.
Pero el dinero pudre con su peste las aguas.
Cambiar, cambiar el mundo.

O dormir en el átomo que hará saltar el aire en cien mil víboras
cráter de las ciudades bellamente viciosas.
Cementerio volante: ¿dónde la realidad?
Hubo una vez un niño.

Sátira a la rima

He comido con los burgueses,
he bailado con los burgueses,
con los más feroces burgueses,
en una casa de burgueses.

Les he palpado sus mujeres
y me he embriagado con su vino,
y he desnudado, bajo el vino,
sus semidesnudas mujeres.

He visto el asco en su raíz,
la obscenidad en su raíz,
la estupidez en su raíz,
y la vejez en su raíz.

La burguesía y la vejez
han bailado ante mí, desnudas:
las he visto bailar desnudas,
olvidadas de su vejez.

Adentro del libertinaje,
los observé llorar de amor,
babear, sin saber que el amor
se ríe del libertinaje.

Y me divertí con su miedo,
con su amarillo, sucio miedo,
con su miedo a morir de miedo,
pues no eran hombres sino miedo.

Miedo a perder su fea plata
y, con ella, a perder la risa
y, con la plata y con la risa,
a perder su placer de plata.

¿Pero qué saben del placer
de ser y estar en este mundo
los puercos que han tirado al mundo
su libidinoso placer?

¡Cómo comían, cómo, en verdad,
mordían la presa, con qué
dientes rompían eso que
era su grasa, su verdad!

Se miraban unos a otros,
se tragaban unos a otros,
se medían unos a otros
para el zarpazo, unos y otros.

Atrincherados tras la mesa,
pude verlos tal como son:
cuál es su mundo, cuáles son
sus ideales: ¡la plata y la mesa!

¡Pensar que sus almas de cerdos
se van al cielo después de morir!
¡Y yo me tengo que morir
sin hartarme, como estos cerdos!

La comilona y la etiqueta
el traje largo y el desnudo
me permitieron ver desnudo
al arribista de etiqueta.

Pobre arribista cretinizado
por su mujer y por su suegra.
Pobre arribismo, cuya suegra
es el confort cretinizado.

Toda la gama del arribismo
mostraba sus dientes de oro.
Pero vi una mujer de oro
arriba del mismo arribismo.

Esa mujer era el amor:
el verdadero, loco amor,
el amor sin miedo. El amor
que sólo vive del amor.

En todas partes sale el sol,
hasta en la boca del pantano.
La burguesía es el pantano,
y lo que amamos es el sol.

Por eso ya cruje este mundo.
Por eso ya viene otro mundo.
Por eso ya estalla otro mundo
al fondo ciego de este mundo.

Por eso pude ver tan claro
esa noche entre los burgueses
y he comido con los burgueses,
y he bailado con los burgueses,
con los más feroces burgueses,
en una casa de burgueses.

A Violeta Parra
que hizo estallar este furor
monorrimo ese invierno
de su Chillán de Chile el 59.

ENIGMA DE LA DESEOSA

Muchacha imperfecta busca hombre imperfecto
de 32, exige lectura
de Ovidio, ofrece: a) dos pechos de paloma,
b) toda su piel liviana
para los besos, c) mirada
verde para desafiar el infortunio
de las tormentas;
                           no va a las casas
ni tiene teléfono, acepta
imantación por pensamiento. No es Venus;
tiene la voracidad de Venus.

CARBÓN

Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir
mi Lebú en dos mitades de fragancia, lo escucho,
lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces,
cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento
como una arteria más entre mis sienes y mi almohada.

Es él. Está lloviendo.
Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
a caballo mojado. Es Juan Antonio
Rojas sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
como mina inundada, y un rayo la estremece.

Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
dame esa luz, yo quiero recibirlo
antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
para que se reponga, y me estreche en un beso,
y me clave las púas de su barba.

Ahí viene el hombre, ahí viene
embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso
contra la explotación, muerto de hambre, allí viene
debajo de su poncho de Castilla.

Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
te he venido a esperar, yo soy el séptimo
de tus hijos. No importa
que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y ella estáis multiplicados. No
importa que la noche nos haya sido negra
por igual a los dos.
-Pasa, no estés ahí
mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.

CARTA DEL SUICIDA

Juro que esta mujer me ha partido los sesos,
Por que ella sale y entra como una bala loca,
Y abre mis parietales y nunca cicatriza,
Así sople el verano o el invierno,
Así viva feliz sentado sobre el triunfo
Y el estomago lleno, como un cóndor saciado,
Así padezca el látigo del hambre,
así me acueste
O me levante, y me hunda de cabeza en el día
Como una piedra bajo la corriente cambiante.

Así toque mi citara para engañarme, así
Se habrá una puerta y entren diez mujeres desnudas,
Marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
Unas sobre otras hasta consumirse.

Juro que ella perdura porque ella sale y entra
Como una bala loca,
Me sigue a donde voy y me sirve de hada.

Los días van tan rápidos

Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación
se me reduce apenas a respirar profundo para que el aire dure en mis pulmones
una semana más, los días van tan rápidos
al invisible océano que ya no tengo sangre donde nadar seguro
y me voy convirtiendo en un pescado más, con mis espinas.

Vuelvo a mi origen, voy hacia mi origen, no me espera
nadie allá, voy corriendo a la materna hondura
donde termina el hueso, me voy a mi semilla,
porque está escrito que esto se cumpla en las estrellas
y en el pobre gusano que soy, con mis semanas
y los meses gozosos que espero todavía.

Uno está aquí y no sabe que ya no está, dan ganas de reírse
de haber entrado en este juego delirante,
pero el espejo cruel te lo descifra un día
y palideces y haces como que no lo crees,
como que no lo escuchas, mi hermano, y es tu propio sollozo allá en el fondo.

Si eres mujer te pones la máscara más bella
para engañarte, si eres varón pones más duro
el esqueleto, pero por dentro es otra cosa,
y no hay nada, no hay nadie, sino tú mismo en esto:
así es que lo mejor es ver claro el peligro.

Estemos preparados. Quedémonos desnudos
con lo que somos, pero quememos, no pudramos
lo que somos. Ardamos. Respiremos
sin miedo. Despertemos a la gran realidad
de estar naciendo ahora, y en la última hora.

TACTO Y ERROR

Por mucho que la mano se me llene de ti
para escribirte, para acariciarte
como cuando te quise

arrancar esos pechos que fueron mi obsesión en la terraza
donde no había nadie sino tú con tu cuerpo,
tú con tu corazón y tu hermosura,
y con tu sangre adentro que te salía blanca,
reseca, por el polvo del deseo,

oh, por mucho que tú hayas sido mi perdición
hasta volverme lengua de tu boca,
ya todo es imposible.
                                 Hubo una vez
un hombre, una vez hubo
una mujer vestida con la U de tu cuerpo
que palpitaba adentro de todas mis palabras,
los vellos, los destellos;
                                    de lo que hubo aquello
no quedas sino tú sin labios y sin ojos,
para mí ya no quedas sino como la forma
de una cama que vuela por el mundo.

FÉRETRO Y MÁS FÉRETRO

Me acuso mi ataúd de haber sido caballo,
de haber vivido todos estos años como un caballo,
de dormir parado al filo de los 90
y ya en los últimos relinchos del amor de haber
olfateado tres
o cuatro míseras equas taimadas, pendencieras, vistosas
más bien de lomo y anca, allá por los potreros frente
al mar
con toda la ventolera,
me acuso de haber pastado piltrafas de silicona
en vez de pasto,
por cuncuna de hambre me acuso.

No había mujer ni pétalo de mujer, lo que había
eran unos libros grandes de esos que leía Baudelaire,
pero ¿quién
lee libros hoy?, ¿qué Bucéfalo, qué caballo lee libros,
a qué hora
entre tele y tele y otras náuseas? Me acuso
de vanidad por la celebridad y unos premios
a la podredumbre del ingenio que no da para
imaginación.
Imago es más que mariposa,
¿o no mi ataúd? cuántica
es amor y no contienda de patas en los hipódromos por
velocísimos que sean, asma, barranco de asma, reventó que
va a estallar
y es que no puedo más con el tajo del respiro, me
falta el aire del otro lado del aire, la fibrosis
pulmonar que me pillaron esa vez en esa clínica no es
mi fuerte, usted
lo sabe de sobra mi ataúd
mejor que el mismo Einstein: toda galaxia
pide cumbre, ritmo, y no hay que ser Píndaro
ni Whitman, hombre
hay que ser.

Yo tenía 5 años, ya no tengo 5 años, no
soy patético, me empavorece lo patético, mido
esta mesa, ¿cuánto
medirá esta mesa, cuánto raulí medirá esta mesa? Había
una vez una mesa, encima
de ella nada, todo eso en Santiago
Recoleta abajo al sol donde viven los pobres,
rugosa la mesa
como la realidad y tú cállate Rimbaud, así
era esa mesa en lo más oscuro de esa casa, alguien
que tengo que haber sido yo entraba y disparaba
corriendo el cuchillo
como quien tira el seso al mar
este mismo cuchillo litúrgico cuya hoja
no es y al que le falta el mango, según
Lichtenberg, pero lo disparaba
cuchillín, cuchillón como un arponazo venenoso y musical
contra las tetas secas de las tablas hasta
que sangrara la corteza gemidora como una violación
para decir el mundo de una vez. Si
tiembla trémula pensaba yo poseso, si tirita más allá
del filo hasta la punta
y baila flexible es la bailarina que sangra, la escritura
entra en mí,
si no, adiós
encantamiento.
Bueno, qué feo todo, silicona esquina mortaja,
¿qué querrá decir Apocalipsis?, hartazgo
de Juan de Patmos, pelos ¿qué querrá decir pelos
finísimos de mujer, a un milímetro de útero?
De ahí sale uno
en cuanto nacedor porque uno es eso y nada más, un
nacedor. Cuídenla: qué bonita palabra nacedor y
tan sin énfasis. Eso no más hay que ser: nacedor
y no Hacedor, déjale eso al Dios.
Todo lo que sabemos es eso, que nacemos.
A ver tú, paisano mío, hijo de Catalina, Emili o Emilián,
como te digo yo, bisnieto mío
Rojas Hauser nacido ayer en Köln, Deutschland,
según ese mail ¿qué es por último
nacer?

Otra cosa: la primera que murió
fue Celia la madre y antes
el minero padre, mucho antes, ¿qué será de ésos?:
¿andarán
por el puente, los tablones amenazantes, encima
de ese río?, qué
río enorme ese río
ronco que se mete como el caballo de Alejandro
en el mar, esos dos
son uno a la vez: oceánicos y fluviales,
carboníferos, hasta que pavorosamente de un hachazo el
viento, el ¡ventarrón!, el toro
como decían la doncellas de la costa allá
por el vigésimo, ése sí
que era oleaje. De ahí vengo yo, de ahí
tengo que estar viniendo todavía.
Es que no se puede hablar sin que aparezcan
los muertos dicen los niños:
¡los “egipcios”!, para los niños todos los muertos son
egipcios por el vendaje,
toda parentela. A mí por caballo
me gusta Lautaro que le robó los caballos al invasor,
¿cuál invasor si todos somos invasores en el planeta?
pero se los robó y anduvo en pelo, eso
es lo que más me gusta: que anduvo en pelo con
los testículos siempre duros y
no se lastimó
y ganó todas las batallas hasta que se lo comieron y lo
mataron en Licantén donde parieron al de Rokha
y además está lloviendo
desde hace más de cuatrocientos, está lloviendo,
¿qué va entonces
ataúd mío a escampar?

El otro día anduve en Chihuahua. Quien no ha ido a
Chihuahua
no ha ido a las estrellas, naiden reempuje a naiden y allí
viven los tarahumaras. Darío
era chorotega pero en primer lugar era tarahumara, si no
fuera tarahumara no sería Darío, Vallejo igual:
mestizo por fuera, tarahumara por dentro, el Rulfo
para qué decir, la Mistrala,
el Huidobro, los dos Pablos de aquí abajo, yo mismo
sin ir más lejos y Renata, mi Renata de oro que
me entregó las llaves del abismo
de la hermosura y alguna vez me amó, ésa sí que
me amó, me
desolló, ésa sí que me amó, hombre.

CONTRA LA MUERTE

Me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día que pasa.
No quiero ver ¡no puedo! ver morir a los hombres cada día.
Prefiero ser de piedra, estar oscuro,
a soportar el asco de ablandarme por dentro y sonreír
a diestra y siniestra con tal de prosperar en mi negocio.

No tengo otro negocio que estar aquí diciendo la verdad
en mitad de la calle y hacia todos los vientos:
la verdad de estar vivo, únicamente vivo,
con los pies en la tierra y el esqueleto libre en este mundo.

¿Qué sacamos con eso de saltar hasta el sol con nuestras máquinas
a la velocidad del pensamiento, demonios: qué sacamos
con volar más allá del infinito
si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir
fuera del tiempo oscuro?

Dios no me sirve. Nadie me sirve para nada.
Pero respiro, y como, y hasta duermo
pensando que me faltan unos diez o veinte años para irme
de bruces, como todos, a dormir en dos metros de cemento allá abajo.

No lloro, no me lloro. Todo ha de ser así como ha de ser,
pero no puedo ver cajones y cajones
pasar, pasar, pasar, pasar cada minuto
llenos de algo, rellenos de algo, no puedo ver
todavía caliente la sangre en los cajones.

Toco esta rosa, beso sus pétalos, adoro
la vida, no me canso de amar a las mujeres: me alimento
de abrir el mundo en ellas. Pero todo es inútil,
porque yo mismo soy una cabeza inútil
lista para cortar, pero no entender qué es eso
de esperar otro mundo de este mundo.

Me hablan del Dios o me hablan de la Historia. Me río
de ir a buscar tan lejos la explicación del hambre
que me devora, el hambre de vivir como el sol
en la gracia del aire, eternamente.

Gonzalo Rojas

Chile (1917/2011)

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