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         | AMOR 
 Sólo la voz, la   piel, la superficie
 Pulida de las cosas.
 
 Basta. No quiere más la   oreja, que su cuenco
 Rebalsaría y la mano ya no alcanza
 A tocar más   allá.
 
 Distraída, resbala, acariciando
 Y lentamente sabe del   contorno.
 Se retira saciada
 Sin advertir el ulular inútil
 De la   cautividad de las entrañas
 Ni el ímpetu del cuajo de la sangre
 Que embiste   la compuerta del borbotón, ni el nudo
 Ya para siempre ciego del   sollozo.
 
 El que se va se lleva su memoria,
 Su modo de ser río, de ser   aire,
 De ser adiós y nunca.
 
 Hasta que un día otro lo para, lo   detiene
 Y lo reduce a voz, a piel, a superficie
 Ofrecida, entregada,   mientras dentro de sí
 La oculta soledad aguarda y tiembla.
 
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         | LÍMITE 
 Aquí,   bajo esta rama, puedes hablar de amor.
 
 Más allá es la ley, es la   necesidad,
 la pista de la fuerza, el coto del terror,
 el feudo del   castigo.
 
 Más allá, no.
 
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         | APELACIÓN AL SOLITARIO  Es necesario, a veces, encontrar compañía.Amigo, no es posible ni   nacer ni morir
 sino con otro. Es bueno
 que la amistad le quite
 al   trabajo esa cara de castigo
 y a la alegría ese aire ilícito de robo.
 ¿Cómo   podrás estar solo a la hora
 completa, en que las cosas y tú hablan y   hablan,
 hasta el amanecer?
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         | AGONÍA FUERA DEL MURO 
 Miro las herramientas,
 El mundo que los   hombres hacen, donde se afanan,
 Sudan, paren , cohabitan.
 
 El cuerpo de   los hombres prensado por los días,
 Su noche de ronquido y de zarpazo
 Y las   encrucijadas en que se reconocen.
 
 Hay ceguera y el hambre los   alumbra
 Y la necesidad, más dura que metales.
 
 Sin orgullo (¿qué es el   orgullo? ¿Una vértebra
 Que todavía la especie no produce?)
 Los hombres   roban, mienten,
 Como animal de presa olfatean, devoran
 Y disputan a otro   la carroña.
 
 Y cuando bailan, cuando se deslizan
 O cuando burlan una   ley o cuando
 Se envilecen, sonríen,
 Entornan levemente los párpados,   contemplan
 El vacío que se abre en sus entrañas
 Y se entregan a un éxtasis   vegetal, inhumano.
 
 Yo soy de alguna orilla, de otra parte,
 Soy de los   que no saben ni arrebatar ni dar,
 Gente a quien compartir es   imposible.
 
 No te acerques a mi, hombre que haces el mundo,
 Déjame, no   es preciso que me mates.
 Yo soy de los que mueren solos, de los que   mueren
 De algo peor que vergüenza.
 Yo muero de mirarte y no entender.
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          DestinoMatamos lo que amamos. Lo demásno ha estado vivo   nunca.
 Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere
 un olvido, una   ausencia, a veces menos.
 Matamos lo que amamos. ¡Que cese ya esta   asfixia
 de respirar con un pulmón ajeno!
 El aire no es bastante
 para   los dos. Y no basta la tierra
 para los cuerpos juntos
 y la ración de la   esperanza es poca
 y el dolor no se puede compartir.
 El hombre es animal de   soledades,
 ciervo con una flecha en el ijar
 que huye y se desangra.
 Ah,   pero el odio, su fijeza insomne
 de pupilas de vidrio; su actitud
 que es a   la vez reposo y amenaza.
 El ciervo va a beber y en el agua aparece
 el   reflejo de un tigre.
 El ciervo bebe el agua y la imagen se vuelve
 —antes   que lo devoren— (cómplice, fascinado)
 igual a su enemigo.
 Damos la vida   sólo a lo que odiamos.
 Rosario Castellanos  México (1925-1974) 
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