|
A la deriva, sola, mi barca te navega. Las olas distraen su espuma para dejar una señal en medio de la noche.
Se ha vulnerado la magia al tropezar con leyendas que dejamos expectantes en la orilla. El agua serpentea desde el ayer, desde aquella distancia que se acerca y se esconde detrás de la línea que delimita el envés de los relojes. Son minúsculas gotas salpicando recuerdos que quiebran solícitos refugios.
No hay respuestas cuando la playa abandona el juego del vaivén o la marea desdeña mirar hacia los ojos de la luna.
Así, mi barca, se hace aún más pequeña. Tal vez, para que no quepa tanta nostalgia o el olvido se vuelque sobre un azul espeso. No hay lugar frente al latido que desarma el abrazo caliente de la arena.
Es que a veces, la respuesta espera una palabra para poder retenerla en los huecos donde se esconde el terco mohín del despertar. Arrincona impaciencia para acercarla al muelle y así, mi barca te toca, desnuda interrogantes hasta encontrar su rastro pendular, entre la bruma sosegada de amanecer apenas un segundo. Busca anclar su inquietud entre pliegues temblorosos de la voz que se adueña y palpita.
Ya no refractan milagros en los ojos de los peces, ni quedan hipocampos que desoven ternura en los huecos dejados por los pies. La espera hace trampas con la suerte y se traga al destino en un canal terroso de promesas.
Busco excusarme bajo nubes que giran y giran en rítmicos acordes, inventando figuras que se alargan, gravitan, se aligeran. Se transforman en notas que se detienen ante el borde preciso por donde resbalar hacia tu oído que, en soledad, navegan sin destino aparente, hasta dar con el fondo de tu espacio y se adhieren como algas de amanecidos ecos oliendo a primavera.
Es que el mar flota en su impericia de acercarnos a la nada, mientras crece la muda rebelión en su eterno rodar desconocido.
© Silsh
(Silvia Spinazzola)
-Argentina- |
|
|