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Le hablaron de absurdos, cabalística, de figuras de naipes, del orden inexpugnable del planeta.
Ella dice: destino. Conoce la vorágine que desordena el habla y sucumbe ante el hueso. De promesas que firmaron sobre papel de niebla, hasta secarse de sed en la penumbra. Esta escrito en el agua; no habrá que cobijarse entre las ropas ni parpadear debajo de la lluvia; serán ese misterio que salpica, tejido con hilos transparentes. Nada podrá extraviarles el sendero hacia el eje del círculo, ni el insecto que punza ni esa larva adherida al fondo del aljibe.
Ha empezado a llorar el árbol de cerezos y un perro se relame en la basura.
Es inútil. Se encargará el mañana de no dejar que el cielo envejezca o el océano diluya colores que soñaron.
Ella advierte: habremos de temernos, está escrito, aunque las manos se compliquen remando en las tormentas.
Un vendaval de trinos los delata al coincidir por calles imprecisas. Las rejas los saludan, un portón cruje tiempo y el anuncio que asoma más allá de los ojos, les deja abandonada la ilusión sobre un banco de plaza.
Ella afirma: nada retornará, ya lo sabemos. Pero hay más de cien rastros para andar laberintos y es posible que se desprenda el sol un mediodía hasta encontrarlo fundido sobre el pasto (mientras él cuenta estrellas, nacidas de las olas que mueren bajo sus pies de arena)
© Silsh
(Silvia Spinazzola)
-Argentina-
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