SI ES QUE EL TEMBLOR NOS PERTENECE
 
 

Acurruco las horas sobre esta falda de ansiedades que vagan a destiempo. Reparo los ocasos con hebras de inconfesables decepciones, disueltas en tardanzas mecidas a la sombra del engaño. ¿Sabrás de la ruptura de estas manos que se cuecen entre juncos sin ríos? ¿Del olor que desprende la melancolía al derramar su carga de ternura?

Invertido el silencio desgañita sus acordes de guitarras confiscadas por el filo ámbar de tus dedos. Un impávido clamor se contornea en el aire que habitamos dentro del cauce de teclas que hacen llaga sobre la piel desnuda de bemoles. Trenzados sonidos nos envuelven hasta exprimir el zumo espeso que nos funde a este vacío llamado de humildades.

Quiero amarrar la voz, torcerla lejos de cada matiz que me fabricas. Que los ojos se me claven en el cielo, hundiendo sus raíces en la tierra que brama por encontrar su signo. Si ya no reconozco la fuerza de tu abrazo ¿de qué vale recortar las huellas que dibujamos apretadas en la arena?

Apresuro el exilio de tu pecho por despegar caricias que pagan su cuota al transformarse en cruel olvido. Se me vuelcan transgresiones en tinajas para limpiarlas de tus restos de vergüenzas, que aún intentas esconder ante mi boca. Me las bebo para lavar tu hipocresía de recuerdos que robaste a la inocencia. ¿Sabrás de mis entregas guardadas en las costuras de tu abrigo?

Una razón espera en tu azotea. Mis golondrinas piden bajar peldaños hasta alcanzar el vuelo. Evito arrancarme la insolencia por conocer motivos que aún flotan suspendidos en los labios. Tienes la bruma encallada en la mirada por saberme contrincante de veredas por donde se entrechocan tus dorados señuelos, esos que has elegido para marcar de infamia los contornos de causas que esculpimos a dúo en los atardeceres.

Aunque ya no te queden más que astillas de lealtades, quiero creer que en algún rincón dormido, aún te late un resto de nobleza. ¡Es tanto el desencanto que me aturde! ¡Tanta la imparidad que no te absuelve!

Un pedazo de lengua se desvela a sabiendas del daño que pronuncias, palmeándole la espalda al infortunio. Has dejado en manos del cobarde, que deglute tus arpegios de ensueños; fundir la sinfonía sin espumas.

Una aguerrida nota se suspende en la distancia que nos cerca y nos aísla de estas voces cortantes como el hielo, que no saben que hacer por ignorarse.

Si es que este antiguo temblor nos pertenece, nos debemos un segundo de osadía para gritarnos cara a cara lo temido. Ese día, tal vez, domestiquemos las gargantas.

© Silsh
(Silvia Spinazzola)
-Argentina-

 
     
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