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Afuera el tiempo manso se dilata, al desfilar ante los ojos la luz del prisma que le ataba lazos con los sueños.
Sin encontrar razones, salió en su búsqueda con la mochila a cuestas. Abrió las fibras acartonadas de una tabla periódica, intentando descifrar elementos y enigmas del papiro transparente. Sacudió cajones de algarrobo para ventear alguna eternidad descolorida. Revisó el fondo de los frascos, subió azoteas, pero no pudo dar con el perfume a nomeolvides.
Aprendió a socorrer el hambre con tenedores de grafito al filo del asombro. Hundió su languidez en un plato azul de porcelana donde inertes crisálidas imploraban despegar su vuelo desde el borde.
Dejó abiertas celosías para que las urracas pudieran curiosear con sus ojos de ultratumba. Acomodó silencios con las manos cansadas de cubrir murmullos de satén. Guardó aguijones bajo rieles, enmudeció al pájaro atribulado del estanque. Repitió oraciones nunca escritas con la esperanza de encontrar respuestas atravesando el filo de su espejo.
Las madrugadas se hicieron huecos de hormigón que bostezaban ausencias en los postigos de la tarde. Quiso desafiar al eco para extenderlo al límite de la música que rodaba desde el vitral de otoño. Cavó la tierra con los dientes para sembrar olvido hasta que el tren rugiera en la próxima bocanada de humo.
Pero nunca logró cruzar la barrera del verbo.
Necesitaba romper ese imán que llevaban adherido a las costillas e insistir en dar pasos de espalda a la primavera, tan sólo por imitar a los cangrejos que perdieron sus tenazas en el fondo de un estanque.
Buscó irritar a las mareas hasta espumar su danza de hipocampos y se comió en los diarios la biografía de un bucólico octubre bajo la lluvia intermitente de los sauces. Sólo encontró promesas rotas porque no estaba en la vereda donde latían a destiempo.
Ante la duda que flota en la neblina, ha dejado una estrella girando en las ochavas de la noche, por si mañana decide regresar.
© Silsh
(Silvia Spinazzola)
-Argentina-
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