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Te tomé de la mano del exilio, para arrancar el aguijón que esperaba por mis labios, prestos a zambullirse entre las aguas de ese canto de fresas y pistacho.
Una luna simulaba colgar desde la rama más oculta del eucaliptus que escondía cicatrices tatuadas con nuestros nombres a destiempo.
Nada era en vano, sólo el orgullo disimulando la fachada de chocolate al derramar su licor que derretía la distancia entre tu aliento y el mío.
Entrecerré las persianas para no saberte, para no adentrarme en tu tosca barca de lamentos cuajados de certezas. La balanza del verso dolorido se inclinó para anunciarme la sinuosa cabalgata entre mis pliegues.
A pasos de pantera, te vi extraviar las cejas para azuzarme brasas.
Cada palabra se anquilosó hasta ser núcleo de mis células disfónicas, en una lucha despareja de sentidos, donde tomaste mi lado más secreto para amurar mis horas en el bolsillo izquierdo de tu almohada.
Bordé tu lengua con mariposas lapislázuli para que me esculpieras tu rebelde poema entre la piel que hiciste retozar cada noche entre tus sueños de arena.
Fueron los dedos de la madrugaba quien nos dispuso las copas más ardientes sin más luz que la espuma de champagne que encendía corales de archipiélagos risueños.
Hincaste sal entre mi médula y el vientre de mi razón adormecida, coloreaste la nada con tu boca de ciruelo hasta atrapar cada nota de una orquesta sin fin y sin pasado.
El horizonte perdió su perspectiva hasta agotarse de parir estrofas autografiadas con nuestro canto... en un enjambre de sabor a fresas y pistacho.
© Silsh
(Silvia Spinazzola)
-Argentina-
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